Aunque me espine la mano
La canción que acompañó su zapateo era famosa. La entonaba Jorge Negrete y llevaba por título “Me he de comer esa tuna”. ¿Qué tiene de especial? Pues que es un galimatías digno de “Alicia en el país de las maravillas”. Es decir, puro delirio. Repasémosla. La copla comienza por afirmar una tragedia y a profetizar sus consecuencias: “Ya se cayó el arbolito donde dormía el pavorreal, ora dormirá en el suelo como cualquier animal”. No se conforma con eso, sino que se pone aún más rara: “La águila, siendo animal, se retrató en el dinero”. Esta frase, que tiene un error de concordancia notable, en el fondo resulta bastante misteriosa. Porque en seguida y en aparente contradicción del triunfo consignado, coloca al ave en una perspectiva desoladora: “Para subir al nopal pidió permiso primero”. Nunca he tenido la menor idea de qué quiere decir esto.
¿Significa que una bestia irracional puede aspirar a la gloria pero sólo si la dejan? ¿Será que todo en la vida es cochupo y pudrición y no se salvan ni las águilas, que tienen fama de imperiales?
Luego, como quien no quiere la cosa, la canción dictamina la única verdad de toda la copla: “Guadalajara en un llano, México en una laguna”, que, sin embargo, vira del naturalismo geográfico al voluntarismo schopenhaueriano para concluir la estrofa con un: “Me he de comer esa tuna aunque me espine la mano”, que parece ser la frase con la que el charro le informa a la dueña de sus quereres que, aunque se ponga rejega, él se le impondrá (y nos lleva a reflexionar que el carácter acosador del mexicano tiene raíces muy profundas).
La cosa, como no podía ser más, empeora. Negrete (o, bueno, el compositor de la pieza) se pone confesional: “Dicen que soy hombre malo, malo y mal averiguado, porque me comí un durazno de corazón colorao”. Luego volvemos al águila que pidió permiso y fue exaltada a las monedas y el desconcierto, faltaba más, se vuelve irremediable. La gran filóloga Margit Frenk, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, intitulado “Charla de pájaros o Las aves en la poesía folclórica mexicana”, manifestó su asombro al respecto: “Si nos detenemos a analizar esta famosa copla, debemos confesar que no entendemos nada: ¿por qué, siendo animal, el águila fue y se tomó la foto? ¿Por qué “se subió” al nopal, si se supone que llegó a él volando? Y sobre todo, ¿a quién o por qué tuvo que pedirle permiso? Si no tiene otro misterio por ejemplo, que ya estuviera de por medio el congreso estadounidense, detrás de esta copla adivinamos a un inventor burlón, que fabula a su arbitrio y nos lleva tras sí”.
Tampoco tiene explicación el hecho de, cuando terminó el festival, atacáramos entre varios al principal bailarín y le echáramos el sombrero de charro por encima de la barda. Ni que él, en respuesta, nos persiguiera agitando un machete que resultó ser de verdad y milagro que no nos cortara una mano.
Nada: si Margit Frenk no pudo encontrar luz, quién es uno para pretenderlo.