
Sergio Martín del Campo
Amigos aficionados al arte en el que se funden las baquetas, lo ixtles y los metales, la historia de Sergio Arturo Rincón empieza con un resquicio en chapa romántica.
Nace el 31 de enero de 1975 en Lagos de Moreno, Jal., la “Puerta de Oro de los Altos”; sus padres,
también de Lagos, Juan Rincón Hernández y Luz María Torres, procrean otros ocho hijos formando una familia de alto número de miembros: 4 varones y 5 mujeres, de éstos, únicamente se mete al mundo de los charros Arturo.
Una cuenca lechera de suma importancia es la de Aguascalientes, pertenecer a ella en todos sus rangos labra una forma de ser, un estilo de vida, una condición.
Ahí precisamente, en un establo de esta cuenca se desempeña como pasturero Juan Rincón, para lo que obviamente hubo de hacer vida en distinta región a la que originalmente pertenecía.
El rastro de la ciudad de las aguas tibias bajo la administración de la añorada Colonia Fátima, lugar de los estableros, hoy tragada por la mancha urbana, es el “aula” en la que Arturo despierta su interés y da sus primeros pasos como jinete, pues trabajaba en esos corrales arreando todo tipo de ganado que llegaba para el sacrificio.
Aquel encuadre era ciertamente original, pues el infante entre bovinos, mecates, portazos, gritos y
“malditeos” con eco de campo en una zona muy urbana tiene perfil original y diferente en grado drástico a cualquier otro.
“Nicolás”, “El Venus”, “El Güero Gus”, “El Patol” y Arturo formaron aquella “palomilla” que como travesura apretalaban lo que se podía.
El pequeño universo de los rodeos estilo norteamericano en la República Mexicana tiene un pincel aleccionador y forjador de carácter “jineteril”, ese ambiente incierto, los toros de gran envergadura y el andar en esos pueblos o ciudades a veces con poca gracia de Dios, dan a los jinetes un oficio muy firme; en ese ambiente, formaliza Arturo sus dotes de “Jason”. Omar Ramos, Jaime Rodríguez, Miguel Ortiz, Francisco Martínez pudieron contar después que fueron compañeros de aventuras y otra cantidad de cuitas con Arturo en aquella atmósfera marcada por el trayecto de los reparos de los toros. Óscar Ávila el popular “Salamanca” es quien lo jala a esa actividad y recorre prácticamente toda la República Mexicana.
Su debut fue en Calvillo, Ags., sobre el lomo de un ungulado quemado con la célebre marca de los Hermanos Pedrero, para entonces, se vivía el año 1992.
Con un gran cuajo y dominio de la faena, aborda el mundo de la charrería organizada federándose en un equipo de nombre “Asociación de Charros La Superior” con sede en Pabellón de Arteaga, cabecera municipal en el estado de Aguascalientes, ahí su responsabilidad fue jinetear novillos y yeguas; pasa luego a otro equipo hidrocálido, “Ganaderos de Venadero” en donde sólo dura un año.
Para entonces, ya era bien conocido como jinete y la Asociación de Vista Alegre también aguascalentense lo pone entre sus filas, es cuando están en el escalón previo a llegar a la charrería de alto poder.
En 1999 Palma Delgadita, equipo de Calera, Zac., muy reconocido en su momento se fija en él acertadamente dándole un lugar preponderante en su lista titular, ahí comienza su vida de charro
pagado, logrando acciones enormes y cubriendo las expectativas.
Sus trofeos son bien significativos, aunque no son fieles espejos de sus dramáticos dotes.
De los más importantes se cuentan dos Segundos Lugares Estatales en jinete de toro y yegua, en esta faena también un 2° Lugar pero Nacional, ganado en el Congreso de Pachuca, Hidalgo en el lienzo “Cuna de la Charrería” en el año 2000.